lunes, 25 de febrero de 2008

Una vida contra la revolución: Rafael Vélez, el Filósofo Rancio


Prelado y apologista español, nacido en Vélez-Málaga el 15 de Octubre de 1777 y muerto en el monasterio de Herbón el 3 de Agosto de 1850. Se llamó en el siglo Manuel José Anguita Téllez. A la edad de quince años, en 1792, ingresó en la orden Capuchina, en el noviciado de Granada. No se sabe en qué convento cursó la filosofía y teología, ni tampoco dónde cantó su primera misa. En 1802 se celebraron oposiciones a lectores en el convento de Capuchinos de Cabra, en las que salió elegido por oposición, y en 1807 lo pusieron al frente del curso de filosofía y teología en Écija. Sobrevino la guerra de la Independencia, y los estudiantes, dispersos, se refugiaron en el convento de Cádiz, donde en 1811 se le nombró lector de teología de los mismos. Los sucesos de las Cortes de Cádiz le sirvieron de asunto para su primera obra, el Preservativo contra la irreligión o los planes de la filosofía contra la religión y el Estado, realizados por la Francia para subyugar a la Europa, seguidos por Napoleón en la conquista de España, &c., cuyas primeras ediciones aparecieron en 1812 (Cádiz) y 1813 (Madrid). Es un cuadro del plan de la revolución en Europa y en especial sobre España. Tuvo gran resonancia y se hicieron multitud de ediciones. A la vuelta de Fernando VII de la cautividad, en 1814, y caídos los doceañistas, Vélez se ocupó en componer la Apología del Altar y del Trono. La definición en dicha fecha, atendiendo a que por haber transcurrido siete años enseñando, tenía derecho a ser nombrado superior, le dio el título de lector actual, con todos sus privilegios, y de escritor general de provincia y de Indias, a fin de que se entregase de lleno a escribir la proyectada obra. Entre tanto había muerto, en 1812, el padre Domingo de Benaocaz, capuchino, obispo de Ceuta. Vélez fue electo, el 30 de Septiembre de 1816, para sucederle, eligiéndolo también la provincia de Andalucía segundo custodio general de la misma. Fue consagrado el 13 de Julio de 1817, e hizo su entrada solemne en Ceuta en el mismo año. En 1818 apareció la Apología del Altar y del Trono, la obra apologética de más resonancia de principios del siglo XIX en España. Los realistas la recibieron en triunfo; los constitucionalistas y liberales exaltados declararon a la obra y a su autor guerra a muerte. En el primer tomo, Vélez hace una crítica de la Constitución de 1812 y de las reformas de las Cortes. Enumera los proyectos avanzadísimos, las impiedades de la prensa gaditana, el asunto del Diccionario crítico-burlesco de Gallardo, la abolición del Tribunal de la Inquisición, el atropello contra el Cabildo de Cádiz, la expulsión del Nuncio de Su Santidad, la pretendida extinción de los Regulares y los proyectos desamortizadores. Vélez adopta frente a los innovadores el punto de vista español y católico, y los presenta como afrancesados y vendidos a la impiedad. El tomo 2º de la Apología está dedicado a advertir al Estado español que el Trono seguirá la misma suerte que la Iglesia y perecerá en el mismo incendio. La Constitución de 1812 es presentada como una copia de la francesa. La sublevación de Riego en 1820 y el triunfo de los constitucionales concitó contra Vélez los odios de los revolucionarios, empezando para la ilustre víctima una serie de persecuciones. No se les ocultaba que era el hombre de más empuje doctrinal y el adversario más formidable del constitucionalismo. El ministro de Gracia y justicia, García Herreros, le envió una orden previniéndole que en caso de que se apartara de la senda constitucional y mostrara con palabras o con hechos su oposición, Su Majestad haría uso de las amplias facultades que le concedían la Constitución y las Leyes. El Gobierno envió de gobernador a Ceuta a Fernando Butrón. Su secretario, José Isnardy, abrió en El Liberal Africano una violenta campaña contra la Iglesia, y Vélez, obispo de Ceuta, le salió al paso con una enérgica Pastoral, refutando una por una sus impiedades. A la Pastoral siguió un edicto prohibiendo la lectura de El Liberal Africano, que fue leído en todas las iglesias. El gobernador quiso formar causa al obispo, y éste, con gran entereza, le hizo saber: «Permítame V. S. que le diga: Soy el único juez en mi obispado en materias de religión, y juez puesto no por los hombres, sino por Dios. La Iglesia tiene sus leyes independientes para llamar a su tribunal a los hijos que le faltan... y, lejos V. S. de resistirse a conocer en mí el juez de su conducta religiosa y de todos mis súbditos, debe dar el primer ejemplo de sumisión a mi autoridad como fiel, y protegerla, luego que se le requiera, como autoridad pública.» El domingo, 9 de Septiembre, predicó un enérgico sermón contra los procedimientos de que eran víctimas la Iglesia y sus ministros. La polvareda que estas Pastorales, edictos y sermones levantaron en la prensa y en las Cortes fue enorme. El gobernador y los agentes del Gobierno hicieron subscribir a los jefes y oficiales de los regimientos de la guarnición una exposición pidiendo la salida de la plaza del obispo de Ceuta. El Ayuntamiento se hizo solidario de ella, y Vélez tuvo que embarcar desterrado para la Península. Vélez, desde su destierro, publicó la correspondiente protesta y documentos justificativos de su conducta; pero la persecución llegó a ser tal, que anduvo largo tiempo errante de convento en convento, unas veces en Ubrique, otras en Casares y Estepona, de los que se ausentaba para no comprometer a los religiosos. Mientras esto ocurría, el Congreso de Verona acordó la intervención en España. El ejército del duque de Angulema avanzó hasta Cádiz, derrocando al régimen liberal en 1823. Vélez fue buscado; nombrado caballero gran cruz de la Real Orden de Carlos III en 1823; arzobispo de Burgos en 1824 y arzobispo de Santiago el 12 de Octubre del mismo año. Cuéntase que, hallándose cubierta de tropas la carrera el día de su entrada oficial, los jefes, malhumorados por la tardanza, interrogaron bruscamente a dos pobres capuchinos que venían a pie si habían visto al séquito del arzobispo. Entonces sacó de su manto el pectoral, dejando a los jefes asombrados de tanta humildad y pobreza. Dedicó sus rentas a los pobres y labró el gran Seminario, en el que gastó 60.000 duros. Fundó también una casa de incurables y un Hospital provisional para coléricos. Solía retirarse al monasterio de Herbón y alternar en los ejercicios de piedad con los religiosos sin distinción alguna. En 1826 celebró solemnísimamente en Santiago el Año Santo. A la muerte de Fernando VII volvió a implantarse el régimen constitucional. Por la resistencia que opuso Vélez a la exclaustración y a la desamortización, se renovaron las persecuciones contra él, se le acusó de estar en inteligencia con los carlistas y se le desterró a Menorca el 21 de Abril de 1835. Extinguidas las órdenes religiosas, Vélez había conservado su hábito y su barba de capuchino. Una Real orden de la reina gobernadora, en Abril de 1836, comunicada por medio del capitán general de las Baleares, le obligó a despojarse de su hábito capuchino, aunque llevaba un año encerrado para no dar motivo a que le ordenaran quitárselo. Volvió, no obstante, de su destierro, entrando triunfalmente en Santiago, y murió santamente en el monasterio de Herbón en la fecha citada anteriormente, a los treinta y cuatro años de episcopado y setenta y tres de edad. Su gran obra fue la fundación del Seminario Conciliar de Santiago (1829), proyecto intentado, pero que no pudieron realizar algunos de sus antecesores. Después de arduas gestiones pudo conseguir que aquél se instalase en el edificio llamado Colegio de San Clemente, en cuya habilitación gastó grandes sumas, inaugurándose el Seminario el 14 de Octubre de 1829. Para albergar a los sacerdotes achacosos e imposibilitados fundó la Casa de Venerables, en donde aquéllos pudiesen ser mantenidos sin ser víctimas de la miseria y sin menoscabo del decoro sacerdotal. Esta casa, que sería a la vez casa de ejercitantes, era lo que hoy es Instituto de segunda enseñanza. En 1831 regaló el actual reloj de la Catedral, que construyó en el Ferrol Andrés Antelo. Al regresar de su destierro y al entrar en Santiago el 26 de junio de 1844, lo recibió el pueblo en masa con grandes manifestaciones de alegría. Empleó luego sus esfuerzos en restaurar la disciplina eclesiástica, que había sufrido un rudo golpe con los trastornos políticos y sociales; costeó la nueva capilla de Pastoriza, de Santiago, por planos del arquitecto Juan López Freire, o sea la fachada de estilo neoclásico, la cornisa y el comienzo de la linterna, que no llegó a terminarse, y también levantó a su costa el tramo del Mediodía del convento de Dominicas de Belvís de la misma ciudad, y desde un principio distribuyó todo el importe de sus pingües rentas entre los pobres y las iglesias. Cogió bajo su protección y patronato el Hospicio de Santiago, cuyo Ayuntamiento, en demostración de gratitud y para perpetuar la memoria y virtudes de su prelado, le dedicó una lápida conmemorativa, que fue colocada con toda solemnidad, el 27 de junio de 1851, en el primer salón de espera de la referida Casa-hospicio. En la grandeza de su palacio y en la alta dignidad a que se veía elevado, pasaba sus días en la mayor rigurosa observancia de su primitiva profesión. Una tarima de tres tablas y un hábito de tosco sayal consumido por los años y zurcido por sus propias manos formaban todo su equipo. Humano y compasivo, lo acreditó de modo especial implorando con el mayor empeño el perdón de los autores del movimiento revolucionario de Galicia en 1846, a pesar de haber recibido de ellos no pequeños agravios. El cadáver de Vélez, a raíz de su fallecimiento, fue trasladado a Santiago, recibiendo sepultura en la Catedral, cerca de la reja del coro, al lado del Evangelio, pero antes, al proceder al embalsamamiento, se le extrajo el corazón, que, colocado en una redoma de cristal en alcohol, consérvase con filial respeto en una urna abierta en la pared de la capilla interior del Seminario, al lado de la Epístola. Cierra esta urna una losa de mármol ostentando el escudo prelacial, y debajo vese una lápida, también de mármol, con inscripción y adornada en su parte superior con varios atributos episcopales. Además de las dos obras citadas, se le debe: Apéndices a las Apologías del Altar y del Trono (Madrid 1825); Carta Pastoral que el Ilmo. Sr. D. Fr. Rafael de Vélez, obispo de Ceuta, dirige a sus diocesanos (Málaga 1819); Instrucción Pastoral que el Ilmo. Sr. don Fr. Rafael de Vélez, obispo de Ceuta, dirige a sus diocesanos para precaverlos de los errores esparcidos en varios números del «Liberal Africano» (Algeciras 1822); Carta Pastoral, por el Excmo. Sr. D. Fr. Rafael de Vélez, arzobispo de Santiago (Santiago 1825); Publicación del jubileo del Año Santo e Instrucción Pastoral que con este motivo da a todos sus fieles el Excmo. e Ilmo. Sr. Arzobispo de Santiago D. Fr. Rafael de Vélez (Santiago 1826); Exhortación Pastoral que con motivo de la Bula expedida por Ntro. Stmo. Padre León XII contra toda sociedad clandestina, dirige a sus fieles, con una nota de los libros y papeles que prohibe el Excmo. e Ilmo. Sr. Arzobispo de Santiago (Santiago 1827); Edicto sobre los vestidos de los sacerdotes (Santiago 1825); Edicto anunciando la Santa Visita (Caldas de Reyes, 15 de Agosto de 1825), y Edicto anunciando el jubileo del Año Santo (Santiago 1826).

2 comentarios:

Terzio dijo...

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No sabes cómo me alegra ver "resurgir" la memoria del padre Vélez (y en el inet. del siglo XXI!!!).

Con menos curriculum, se han beatificado beatos.

O témpora, o mores!

Pues eso.

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Daniel Vicente Carrillo dijo...

O ando muy equivocado, o el Filósofo Rancio no fue Vélez, sino Fray Francisco Alvarado, O.P.