viernes, 22 de febrero de 2008

Grandes héroes de la guerra.Melchor Rodriguez. El angel rojo.


Melchor Rodriguez nació en el sevillano barrio de Triana en 1893. Tempranamente se quedó huérfano de padre al fallecer éste en un accidente labora. El hogar, quedaba reducido a la miseria y al trabajo de su madre, cigarrera y costurera en diversas casas sevillanas. Había de educar a tres hijos.Melchor cursó estudios primarios en la escuela del asilo. A los trece años trabaja como calderero. Envuelto en la pobreza, ve en los ruedos un camino para sacudirse la miseria, y movido por ese afán abandona su casa y empieza una gira de capea en capea. En la enciclopedia taurina Cossio, se cita a Melchor como el único que alternó la lidia de reses bravas con las actividades políticas.
.Pronto abandonará esta experiencia y roto por una cornada, acabará en Madrid trabajando como chapista. Allí entra en contacto con los círculos libertarios, teniendo el carné nº 3 de la Agrupación Anarquista de la Región Centro, y llegando a ser el presidente del sindicato de carroceros. En las filas de la CNT comienza una lucha en favor de los derechos de los presos, incluso de los presos de ideologías contrarias, lo cual le hace acabar tras las rejas en multitud de ocasiones a lo largo de la monarquía y la República.
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Tras el estallido de la guerra, los anarquistas colaboran con el gobierno frente a los sublevados y Melchor Rodríguez fue nombrado en otoño responsable de prisiones. Melchor intenta entonces detener las sacas de los centros penitenciarios madrileños, esto es, los traslados y asesinatos masivos de presos que se producían estando el comunista Santiago Carrillo al frente del Consejo de Orden Público y el socialista Ángel Galarza en el Ministerio de la Gobernación. Melchor prohibió terminantemente en lo sucesivo los traslados nocturnos de reclusos, exigiendo su firma y sello para cualquier movimiento de presos, impuso normas a las milicias que operaban en las cárceles y dio pasos para tomar el control efectivo de las mismas. Esta postura firme frente a los asesinatos le valió el choque con los dirigentes y las milicias comunistas y acusaciones de quintacolumnismo.
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El primer enfrentamiento se saldó con su dimisión a cuatro días de su nombramiento. Pero, tras presiones internacionales y del Tribunal Supremo, el Ministro de Justicia del Gobierno republicano, el anarquista García Oliver, le pidió que retomase el cargo con plenos poderes, por lo que en ese momento volvió reforzado. Carillo fue cesado y Melchor Rodríguez consigue así acabar con el terror en las cárceles e imponer garantías en el trato a los prisioneros de guerra. En este pulso, Melchor había llegado a parar en el puente de Ventas a punta de pistola la última de estas negras expediciones que acababan en las fosas comunes de Paracuellos del Jarama.
Apenas había durado tres meses en el cargo, pero ese tiempo había bastado para salvar miles de vidas, que desde entonces lo conocerían con el apelativo cariñoso del "ángel rojo". Muchos de sus correligionarios, sin embargo, le acusaban de ser el ángel traidor, pues incluso en esos terribles años de ceguera sectaria, para Melchor toda vida humana era sagrada. En 1938 se jugó el cuello por permitir que en el funeral de Serafín Álvarez Quintero se exhibiera un crucifijo, cumpliendo la última voluntad del finado. Fue el único crucifijo que se exhibió en público en el Madrid rojo.
Pero el episodio, por el cual la Asamblea de las Naciones Unidas le ha distinguido, sucedió el 8 de diciembre de 1936 en la cárcel de Alcalá de Henares: dos días antes se habían asesinado a los 319 presos de la cárcel de Guadalajara. Tras un bombardeo del ejército nacional en Alcalá, de nuevo la consigna se apoderó de las masas enfervorecidas: A la prisión, a no dejar un preso con vida. El alcalde y el director de la prisión se consideraron impotentes para frenar a la milicia de obreros. Cuando ya estaban a punto de abrir las celdas, se presentó Melchor dispuesto a parar esa locura. Se interpuso con su cuerpo, y gritando que si alguien quisiera matar a un solo preso, primero tenía que acabar con él. Tras horas de discusión, amenazas de muerte contra él, y apuntándole todos los fusiles consiguió disolver a los violentos. Ese día salvó la vida de 1.532 personas. Recibió por ello el reconocimiento de multitud de embajadas de países europeos e iberoamericanos.
Tras su destitución por los comunistas fue nombrado Delegado de cementerios, trabajo que como todos los suyos, se tomó muy en serio. Él mismo revisaba los nichos y sepulturas. Con la entrada de las tropas de Franco, y a pesar de disponer de coche por su cargo oficial, se quedó en Madrid. En noviembre de 1939 fue juzgado por un Consejo de guerra. Incluso el fiscal resaltó sus grandes virtudes cristianas. Pero la injusticia franquista fue implacable. Seis años de cárcel. Después vivió modestamente como empleado de seguros, rechazando toda ayuda económica. Hay testimonios que señalan que nunca renegó de sus ideas y que durante la posguerra trabajó a favor de varios comités clandestinos.
Un día, al volver a casa, encontraron a Melchor desmayado y caído en el suelo, con una herida en la cabeza. Lo trasladaron al Hospital Francisco , y allí fue a verle su íntimo amigo Martín Artajo (Ministro de Asuntos Exteriores). Cuando Melchor recobró la lucidez charlaron largo rato. Martín Artajo llevaba una corbata con los colores anarquistas, y también un crucifijo. Al final de la conversación, Melchor Rodriguez besó la imagen.
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Murió el 14 de febrero de 1972. Gentes procedentes de uno y de otro bando, sus compañeros de militancia y aquellos enemigos a los que había salvado la vida, coincidieron aquel día en su entierro, porque no en vano Melchor es un símbolo de reconciliacion. Fue enterrado con un crucifijo y con la bandera rojinegra de la CNT. Se rezó un multitudinario Padrenuestro y cuentan algunos testimonios de la época que al final, algunos falangistas auténticos -es decir, los fieles al pensamiento joseantoniano y opuestos al franquismo- y algunos anarcosindicalistas unieron sus voces cantando en recuerdo de Melchor la vieja canción anarquista Negras Tormentas. Así, con la bella música de la Varsoviana, en plena dictadura, sonaron aquel día en Madrid para Melchor Rodríguez aquellas estrofas: "El bien más preciado es la libertad, hay que defenderla con fe y valor..."

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